Tenía 9 años cuando su familia se trasladó a la capital en donde realizó sus estudios de bachiller.
Cinco años después, su padre que había sido herrero en el pueblo, tuvo ocasión de un trabajo en Madrid. No lo dudó. Las posibilidades era mucho mayores en la capital, sobre todo, para los estudios de sus cuatro hijos.
Efectivamente, a los 18 años, Enrique ya era maestro, y un año más tarde aprobó las oposiciones.
Ante él se abría un mundo de trabajo y de ilusión, que conquistaría con su esfuerzo y en el que sería constante durante toda su vida.
Su primera escuela fue en un pueblo de Madrid, con plaza provisional. En el primer concurso de traslados, solicitó plaza en Soria y le concedieron Ausejo de la Sierra, un pueblo cerca de Numancia , en donde ejerció su docencia hasta 1936.
Incorporado a filas, en la Guerra Civil, fue trasladado a la Auditoría de Guerra en Zaragoza, en donde estuvo hasta su finalización en 1939.
Durante la guerra, en 1938, contrajo matrimonio con Natividad Valdecantos Lozano, de su mismo pueblo natal y al finalizar la contienda civil, volvió a su escuela de Ausejo hasta 1942, año en que solicitó traslado.
Esta vez acompañado por su mujer y su hijo primogénito Octavio, vino a la provincia de Valencia, a Cofrentes. Allí desarrolló su labor docente durante casi 17 años y nacieron sus hijos Enrique, Luis, Antonio y Adoración. Son muchos y muy buenos los recuerdos que se gastan de esta época, entre la gente del pueblo.
En el Balneario de Cofrentes, conoció a vecinos de Manises y atraído por esta localidad, a la que ya había visitado, y previa petición de traslado, en 1958 llegó a nuestra Ciudad, Histórica y Laboriosa, a ejercer en la que sería su última escuela y población de residencia, hasta su jubilación en 1975.
Su dedicación, en esta escuela unitaria, fue plena e integrada. Nunca escatimó tiempo ni atención personalizada a sus alumnos. Su trabajo iba más allá de las paredes del aula. Era un hombre enamorado de su quehacer como educador. No le importaban los sacrificios, con tal de ver en sus discípulos un progreso en su formación. Don Enrique era el alma de una escuela para la vida. Muchos somos los que en Manises le llevamos en nuestro corazón de niños, siempre oportuno en la palabra, un consejo práctico, una explicación en la duda, un ánimo en el desaliento . . . . siempre hermano, padre, amigo.
Porque creía en lo que hacía, porque creía en sus alumnos, porque creía en la educación, sus discípulos creyeron en él. Fue un hombre creíble para los demás y lo demostró con su talante abierto, dinámico, servicial, cercano, emprendedor, lleno de buen humor, haciendo de su trabajo una verdadera vocación. Un amante de su escuela y de todo aquello que pudiera suponer cultura y progreso.
Ha sido para muchas generaciones de jóvenes, una referencia clave en sus vidas, por las que pasó dejando una huella imborrable. Algo de él llevarán.
Quien recuerda sus primeros años en nuestro pueblo, le ve recorriendo las fábricas y los domicilios particulares, tratando de convencer a los muchachos (todavía niños) y a sus padres, de las ventajas de la escolarización, ya que cuando él llegó a Manises, el número de alumnos que asistían a la escuela era muy bajo a causa de su temprana incorporación al mundo del trabajo. En aquella época la cerámica estaba en auge y las fábricas recibían a los jóvenes de corta edad. Y quiso recuperar y recuperó para la escuela, chavales que tras una buena formación tuvieran más oportunidades para abrirse camino en la vida.
Pero si el corazón de este extraordinario maestro tuvo alguna inclinación, siempre fue hacia los más jóvenes y marginados, y por ello trabajó con especial interés en la integración social de los niños y jóvenes de etnia gitana, a quienes ganó desde el respeto y la gratuidad de su servicio.
En su jubilación, ya en el colegio FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE, se le rindió un merecido homenaje y el entonces Inspector Jefe de Enseñanza Don Rafael Galárraga Ecenarro, destacó con emotivas palabras los 45 años de ejemplar dedicación y eficacia en la actividad docente de Don Enrique.
Sabemos que supo compaginar su vida en el aula, con ocupaciones que aceptó de muy buen grado: Director, Corresponsal de prensa, Colaborador en campañas de alfabetización, y Programas Escolares de Radio. Fue el fundador de Mutualidades y Cotos Escolares, Cronista Oficial del Reino, Secretario de la Junta de enseñanza, Delegado Local del Servicio Español de Magisterio, Miembro activo de la casa Regional Castellano-Leonesa, entre otras.
Enfermó en marzo de 1978 y el proceso de su grave dolencia le desencadenó un sufrimiento corporal que supo llevar con elegancia y buen humor, siendo él mismo quien diera a su familia ánimo y calma, en los momentos de mayor dolor. Y es que este gran hombre y maestro murió como vivió, lleno de amor por la vida, con la serenidad de quien espera contra toda esperanza, con el estilo que marcó toda su existencia: la lucha hasta el último suspiro, y éste fue el 16 de enero de 1979, día que nos dejó.
Quienes tuvimos la suerte de conocer a Don Enrique y convivir con él, hemos descubierto que fue un regalo excepcional y guardamos en nuestra memoria el recuerdo vivo de un hombre entrañable que supo hacer de su vida un canto a la libertad, trazado desde la conquista del saber y el buen hacer.
Dory Cordón
Manises, Febrero de 2001
ESTA ES LA BIOGRAFÍA QUE SU HIJA DORY REALIZÓ EN SU DÍA. EN LA ACTUALIDAD, EN 2023, TENGO EN MI PODER FOTOGRAFÍAS QUE ME HA DEJADO, Y QUE TENGO ESCANEADAS, PARA PODER INCLUIRLAS EN ESTA ENTRADA JUNTO CON LA BIOGRADÍA DE DON ENRIQUE.
En ellas podremos apreciar su vida y trabajo en los distintos pueblos o ciudades en las que estuvo ejerciendo su profesión de maestro.
En breve se incluirán.
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